Crónica de un proyecto literario que recupera la voz de la marginación
Chicos y chicas de la Villa Carcova escribieron un libro con cuentos que narran sus días en ese barrio de la periferia bonaerense.
Por Alejandro Haddad
La Villa
No es fácil vivir en la villa. La villa duele. Duele cuando el frío informa que no hay abrigo y duele cuando el calor recuerda que no hay agua. La villa duele cuando el barro moldea los pies descalzos y la lluvia cala en los huesos. Ser portador de villa es una patología difícil de sanar.Entonces, ¿cómo hacer para que chicos y chicas de una villa, digan que su barrio no es una expresión de dolor sino un lugar de vida? Para ellas la respuesta fue muy sencilla: diciéndolo. Poner en palabras los sentimientos, las alegrías y tristezas y pasiones y deseos. Que esas chicas y esos chicos sean su propia voz.
Así es que de la mano de ellas nació el proyecto de escribir un libro. ¿Por qué no? Pibes de doce, trece, catorce años poniendo en sus labios su propia voz. Ellas se llaman Claudia Szelubsky y Miriam Abálsamo, profesora de literatura y preceptora respectivamente. Sí, preceptora. Porque si es que hay que cambiar los paradigmas, revertir el aplastamiento de los prejuicios, la preceptora no hace trabajo de espía sino de colaboradora. En lugar de perseguir, acompañar. Así lo entendió Miriam y así lo hizo.
El proyecto
“Cuando le comenté la idea de que los chicos escribieran cuentos sobre el barrio, ella se enganchó enseguida”, dice Claudia. Para rematar Miriam agrega: “de entrada pensamos que esto iba a terminar en un libro. A lo mejor, un poco inconciente de nuestra parte, pero salió”. Profesora y preceptora idearon un libro de escritores que aún no se habían enfrentado a ese desafío en su vida. Un libro por hacer comenzando por quienes lo iban a escribir. En la ESB Nº 40 de José León Suárez (Partido de San Martín), el proyecto cayó como cualquier otro proyecto. Para los estudiantes de esa Escuela de la Carcova, el proyecto fue una experiencia que los colocaría por primera vez en primera persona.
Ellas asumen un pensamiento que las describe de mente entera: “Creemos que muchas veces, cuando está en manos de algunos, de unos pocos, la palabra se transforma en muro, en frontera. Pero si logramos que los callados, los silenciosos, los marginados, se la apropien, entonces tiene el maravillosos poder de crear lazos”. Así dan comienzo a una explicación por si acaso fuese necesaria.
La voz de los chicos y chicas comenta que a veces trabajaron en grupo, y otras de manera individual. Que si era en grupo había debates. “Charlábamos bastante hasta que decidíamos”, dice Gisela. “Nosotras nos dividimos en dos grupos. Nos tuvimos que dividir dos chicas en uno y dos en otro” comenta Soledad, ya que, “sino, no podíamos trabajar de las discusiones”. Y así fue saliendo. Entre idas y vueltas la experiencia de trabajar colectivamente fue lo que más gustó. “A veces la seño nos daba hacer de tarea, entonces nos juntábamos en la casa de alguna de nosotras para escribir”. Escribir. Que el papel sea testigo y portador de las voces que no tienen cabida.
La profesora Claudia aclara que “la única consigna que tenían que cumplir, era que todas las historias tenían que suceder acá en el barrio. Después, podían escribir de lo que quisiesen, del tema que se les ocurriera. Y no estaban obligados”, remarca. “El que quería, escribía, y el que no, no. Sin nota, ni nada. Libre”.
Corcoveando con Osvaldo Bayer
Así fue naciendo un nuevo verbo que la Real Academia se lo pierde por ser real y no realista. Así nació “Carcoveando, cuentos de la villa”.
Miriam cuenta que estuvieron pululando con los cuentos por distintas partes. Que, a veces, recibían los cuentos, pero que las voces de esos autores y autoras debían estar acompañadas de un estudio pedagógico. Los pobres como objeto de estudio. “Pero nosotras lo que queríamos era que el libro salga tal cual lo escribieron ellos. Ellos son los autores.” Miriam explica las peripecias con cierto tono de indignación y un leve suspiro que deja oír una voz conmovida. “En eso, un amigo nos pasa el dato de Osvaldo Bayer. Le escribimos un mail. Nos responde muy amablemente ofreciéndose para colaborar. Un día viene a dar una charla a un teatro de San Martín. Entonces fuimos a escucharlo. Lo esperamos afuera, y cuando salió, lo encaramos”. Miriam recita la anécdota con una gran habilidad mímica.
—Hola Osvaldo, nosotras somos las maestras de Carcova.
— ¡Ah, qué bien...!
—Le mandamos unos cuentos, ¿se acuerda?
Pasaron tres meses hasta que la insistencia de las docentes pasó por los centenares de correos que recibe Bayer en su casilla y llegó a los ojos de Bayer. Osvaldo leyó esos cuentos involuntariamente postergados a causa de otros compromisos, y respondió: quédense tranquilas, yo escribo el prólogo. Al día siguiente el prólogo estaba listo.Entonces la noticia viaja al barrio con la velocidad del entusiasmo. “¡Osvaldo Bayer escribió el prólogo para el libro!” Entonces la pregunta: ¿quién es Osvaldo Bayer? Uno dice con su más fiel sinceridad que no sabe. Otro dice que debe ser una buena persona. Otro un poco más arriesgado asegura que es un escritor alemán, que eso le contó la maestra. Todos coinciden en que, si lo ven, le van a agradecer mucho por el gesto.
El libro
Finalmente, el proyecto que pululó por distintos rincones, comenzó a tener un auge impensado. El abrazo de Bayer, que impregnó con su aroma literario los relatos de la villa, abrió puertas que parecían trancadas. Así llegó una ONG que pondrá el dinero para la edición, y la editorial que lo imprimirá para llevarlo a la feria del libro.
El libro es una verdadera asamblea de sentimientos, inquietudes, nostalgias, alegrías, deseos, proyectos.
Pero mejor que diga Osvaldo de qué se trata esta aventura de salirse del molde impuesto, de la palabra negada.
“…viajará el lector. Entre realidades y sueños. Un mundo: pleno de ansias. Me detendría en cada cuento, en cada relato, en cada crónica. De caballos, de niños que se convierten en peludos y de nenas que de noche se vuelven brujas, estallan en carcajadas y se transforman en pájaros, de cofres con tesoros de monedas de oro que salvan para siempre al barrio, de gauchitos giles o no tanto. Y de pronto, Matías llega a presidente de la República y se dedica a arreglar las escuelas de las villas, trae médicos, impide la basura. Elimina ‘la corrupción política’. No permitirá que se tiren más perros muertos al zanjón, ayudará a los cartoneros, y dará medios a los matrimonios para que puedan comprar pañales a sus bebés”.
Artistas
No son ganadores de nada. No compitieron. Trabajaron en el mismo ámbito hostil en el que viven. Allí se hicieron escritoras y escritores. Se vieron en el rostro de sus compañeros como en un espejo que devuelve una imagen exacta. Empuñaron su garganta y salieron a ponerle labios a las palabras de su corazón. Así se ganan la vida, haciéndola a diario. Así es que supieron del valor transformador de la palabra. Así es que cotidianamente honran la villa.
Así es que Carlos escribe en su relato “Pensando” que “me pidieron una reflexión sobre mi escuela, sobre mi barrio. A los 12 años ¿Qué podemos pensar nosotros? Yo digo: tenemos derechos, como muchos chicos, como todos los chicos del mundo”. La reflexión es penosa, cruda. “Me piden que reflexione, pero es triste reflexionar.” Pero Carlos ve a su alrededor, compañeros y compañeras escribiendo sus propias palabras y entonces finaliza con el grito de las madres pidiendo “¡Una escuela mejor! ¡Un nombre! ¡Por favor! ¡Una identidad!”
Identidad. Nada menos. Nada más.
El barrio no podría tener un nombre más apropiado que “La Carcova”. A lo mejor, el autor del cuadro “Sin pan y sin trabajo”, estaría gustoso en salirse del Museo de Bellas Artes para dar una vuelta por la escuela y charlar con esos chicos. Ese obrero corriendo la cortina de la ventana, viendo a través de ella una fábrica cuya chimenea ya no humea. Una mujer desgreñada cobijando un bebé. Una mesa vacía y herramientas ociosas. Esa pintura de Ernesto de La Cárcova que se parece tanto a los habitantes del barrio que lo lleva por nombre.
Unos caminan desde la otra punta, donde ni la propia villa se acuerda de que existe esa parte de su cuerpo. Sin embargo las maestras sí.
Otras vienen con sus miradas enamoradas, con la piel raspada de las caricias que parecen golpes. Pero que las maestras saben curar.
Unos y otras se juntaron a dejar de ser de la otra punta y de una piel maltratada.
Rodolfo cree que artistas son quienes “tienen plata, son famosos y tienen mucha plata porque son famosos”. César dice que escribir cuentos “estaba bueno porque no te ponían nota. Entonces hacías lo que querías, escribías sobre lo que querías”. De una manera o de otra, entre aquello que siempre fue visto desde lejos como inalcanzable, y aquello que se ha convertido en realidad a fuerza de trabajo, van diciendo qué es ser artista para ellos y ellas que, sin pensarlo demasiado, ya lo son.
No hay comentarios:
Publicar un comentario