A la agrupación “María Claudia Falcone de La Plata, Berisso y Ensenada
-junto con mis hijos- la única familia que tengo.
A la agrupación estudiantil “María Claudia Falcone” (UNQUI).
A Tommaso Gulli,
dramaturgo que prepara en Italia una obra sobre la lucha de mi hermana.
1) Probablemente mi recuerdo más remoto sea la noche del 10 de junio de 1956, cuando la policía de los tiranos Aramburu y Rojas truncó el relato habitual de mi viejo (siempre alguna historia fantástica), antes de ir a dormir. En los días sucesivos lo visité en un patio enorme, vestía una suerte de pijama gris. Luego supe que se trataba del Penal de Olmos, donde compartió celda con Juan Carlos Livraga, el "fusilado que vive", en cuyo relato basó Rodolfo Walsh su novela "Operación Masacre".
2) Me recuerdo, en los 60s, acompañando al viejo a atender pacientes a domicilio en un Ford desvencijado de mi abuelo. Había sido el Primer Comisionado Municipal Justicialista de La Plata (1947-51) y no tenía auto ni casa propias. Le pagaban con huevos o gallinas. Las demás entradas eran los esporádicos honorarios de su padre (martillero público), la pensión de su madre (docente jubilada), y el sueldo de mi madre (docente en ejercicio en una escuela suburbana). Vivíamos los cinco juntos.
3) Me recuerdo fascinado ante el nacimiento de mi hermana, que puso fin a siete años de juegos en solitario. La veo padeciendo afanosamente mis “cortitos”, piquetes de ojo, y patadas voladoras, sobre un colchón. En venganza por el hermano varón que nunca tuve. Nos veo más tarde, llorando ante una proyección de "El camino hacia la muerte del Viejo Reales", la obra cumbre del Maestro Gerardo Vallejo.
5) Me recuerdo dichoso en los modestos veranos marplatenses, inundados por la mersa de toda latitud, corriendo desde la playa La Perla (el balneario grasa) a la Bristol (el balneario fino), para cambiar revistas mejicanas bajo los lobos marinos de piedra. Coleccionaba "Clásicos del Cine".
6) Me recuerdo en una progresión de pequeño Meliés: Dibujando historietas para mis amigos -circulaban de mano en mano- en hojas oficio plegadas y abrochadas por el lomo; luego dibujando algo similar sobre rollos de máquina calculadora que habría de insertar en sendos pernos construidos con trozos de escoba, que me permitirían hacer transcurrir aquellos film-comics, de izquierda a derecha, dentro de una caja de zapatos que presentaba una caladura rectangular a modo de pantalla, la cual sería iluminada por mi linterna a sala oscura; finalmente, la detección de una sencillísima proyectora de diapositivas a la que insertarle filminas de acetato producidas limpiando con lavandina, cortando en tiras, e ilustrando con marcadores al agua las radiografías viejas de mi padre.
7) Me recuerdo tenso ante la tómbola de aprobar o no el ansiado ingreso al bachillerato de la Escuela Superior de Bellas Artes. Porque mi padre me había prometido una filmadora súper 8 Chinon Dart 3 X si lograba entrar. Entré. Y aquel instrumento fue la piedra basal de mi primer grupo de cine.
8) Me recuerdo disfrutando de las maravillosas mañanas sabatinas en el Taller de Dibujo con modelo vivo, plantando una figura humana en carbonilla sobre papel croquis. Y compartiendo con mis compañeros el pan de maíz recién salido del horno de la Panadería San Martín.
9) Me recuerdo guionizando, poniendo en escena, y actuando breves sitcoms para el Festival Escolar de la Primavera.
10) Me recuerdo flotando extasiado en un tibio baño de inmersión, imaginando el inminente estreno -en el salón de actos del colegio- de nuestro próximo filme de terror o ciencia-ficción. Soñando despierto con una silla de tijera que exhibiera mi nombre en el respaldo de lona.
11) Me recuerdo acompañando a mi abuelo al Programa de Asistencia Médica Integral como un ciudadano probo, aunque hubiera resuelto “traicionar” a mi familia por primera vez. Y fugar horas más tarde por tiempo indeterminado para recibir al General Perón.
12) Me recuerdo conociendo la muerte de la mano de mi abuela paterna, derrumbada en la casa que compartíamos. Mi abuelo volcado sobre su cadáver, tratando desesperadamente de reanimarla. Todas mis enseñanzas de catecismo pulverizadas ante el dolor indescriptible del hombre que más amé en la vida. Su madrugada final, tiempo después. El agnosticismo que desde entonces profeso.
13) Me recuerdo en el agrio silencio de la morgue (Facultad de Medicina), inconciente aún de la “traición” de mi viejo, que intentó denodadamente "venderme" su profesión.
14) Me recuerdo inserto en una marea humana, presta a irrumpir en el centro mismo de La Plaza, el 25 de mayo de 1973. Con aquel ritual perdido de acordonar nuestras columnas y no permitir la entrada a desconocidos, de mandar a la embarazada al centro, de "tropezar" como al descuido contra un sospechoso y cachearlo de armas sin que él lo advierta. Esa noción de omnipotencia e inmortalidad que da ser joven y toparse con la historia.
15) Me recuerdo en la escalinata de la Universidad Nacional de La Plata viendo venir a la policía montada gaseando. Y el "Pampa" Álvaro (dirigente regional de la Juventud Universitaria Peronista) arengando a los pibes como un Lenin en octubre, sin interrumpir su discurso ante la represión. Había que ser así…
16) El Doctor Jorge Ademar Falcone, médico cirujano primero, sanitarista después, heredó de su padre, aquel oriental de Paysandú que durante la Década Infame se sumaría al yrigoyenismo rebelde, una profunda sensibilidad social. Cuando el poder abortó la década más feliz del pueblo trabajador, no dudó en tomar las armas para defender la voluntad popular, una Patria donde los únicos privilegiados fueran los niños. Padeció difamaciones, persecución, cárcel y desempleo. En el hogar que nos dio, sin embargo, nunca sobró ni faltó nada. Nuestra vida social transcurriría fundamentalmente volcada hacia la familia paterna, porque mi padre se sintió bastante herido cuando parientes de mi madre celebraron la caída del General Perón escuchándola por radio en su propia casa. Además de un buen hombre -que abandonó la función pública con lo puesto- el viejo era un excelente narrador, que amaba la ciencia ficción decimonónica. Eso fomentó en María Claudia y en mí el más febril despliegue de imaginación: A ninguno de los dos nos bastó con la realidad. Como nuestros padres, siempre fuimos por más. El viejo cargaba con un tono de vida melodramático, heredado del meridión de la península de la que vino su madre a la edad de cuatro años. A veces se hundía en una tristeza oceánica y muda, del tamaño de la humanidad. Como ya dije, era médico. Pero entiéndase bien: No porque hubiera estudiado Ciencias Médicas. Sino porque ERA MÉDICO. Alguna gente estudia. Otra ES. A mi viejo le gustaban los sándwiches de jamón crudo y queso en pan negro y la cerveza tirada que servían en el viejo Bar Modelo de nuestra ciudad. Cuando ingresaba un sujeto con la nariz aplastada, el viejo -sin dejar de masticar- diagnosticaba “nariz en silla de montar, terciarismo sifilítico”. Y abundaba sobre las enfermedades venéreas que proliferaron a principios del Siglo XX. ERA médico. A diferencia de sus colegas, que ingresaban al pabellón disfrazados de astronautas, trataba con enfermos infecciosos sin cuidarse. Por eso lo respetaban. Una vez se cayó de espaldas de una escalera, dio con la nuca contra el bidet, y se desvaneció sobre un charco de sangre. Cuando llegó el servicio de emergencia lo encontró sobre su cama moviendo los dedos. En un susurro dijo al oído del profesional que lo asistía: “Tranquilo, no hay lesión en el haz piramidal”. Ese hombre ERA un médico. Por ello, quizás, ante un espectáculo de semejante lealtad vocacional, desoí amorosamente su consejo. Y me hice documentalista. El viejo galeno que pasó su vida sanando hogares de obreros metalúrgicos, vidrieros, papeleros y frigoríficos, murió de tristeza a mediados de 1980, en un momento en que los argentinos no avizorábamos esperanza alguna. Yo no pude abrazarlo porque andaba clandestino. Aún lo recuerdo alzando sus dedos en “ve” en el aeropuerto español de Barajas. Una vez me dijo “no se inmolen, pibe, úsenme a mi, que tengo poco tiempo: me arman un artefacto explosivo y entro a la Casa Rosada a saludar al General Videla”.
17) La Maestra Nelva Alicia Méndez de Falcone tuvo la fortuna de nacer hermosa. Quizás por ello conquistó al galán que merecía, con apariencia de “Mandrake”. La vida la puso a prueba desde temprano, quitándole a su madre a la edad de ocho años. Criada por una tía a la usanza de entonces -que no veía con buenos ojos la recomposición de la vida matrimonial de un viudo- junto a su prima-hermana, jugó a destajo, hasta la edad de 79 años. Su revancha fue cagarse de risa de la adversidad siempre. Nunca fue Directora de Escuela, ni Profesora, como alguna vez declaró por sentirse más digna en una Patria que tritura a los maestros. A mi vieja le gustaba hacer rosquitas, pero el cine de terror no. Le tocó en suerte experimentar sobre su propio cuero el martirio de terrores más ciertos que los que puede encerrar cualquier castillo gótico. Nunca hizo papelones con su dolor. Siempre bailó y cantó. Mi mamá parecía una mujer frívola, porque se olvidaba pronto de los disgustos y subía al ring de nuevo. No abandonó a mi viejo ni aún sabiendo que en repetidas ocasiones no venían por ella. Una vez, mientras la torturaban en el Centro de Detención Clandestina “El Banco”, advirtió que sus verdugos también golpeaban a mi padre, y les dijo “ensáñense conmigo, no ven que es un hombre mayor y sufre del corazón…” En una sociedad patriarcal, él le metió los cuernos “como corresponde”. Y alguna vez también la rigoreó para imponer su punto de vista. Pero mi vieja -hija de vascos y extremeños- era dura de entendederas. Y lo amó contra viento y mareas. Alguna vez escuchó de mí que su única chance de supervivencia era la traqueotomía. Y en un hilo de voz me dijo “traqueotomía ni loca”. Ocupando la trinchera que mi viejo dejó vacante, dignificó su pañuelo blanco en toda latitud de Nuestra América. También pidió el cese de persecución a los jefes montoneros casi sola y con un megáfono, en la estación de trenes de Constitución, en una época en que la mayoría de los organismos de derechos humanos adhería a la Teoría de los Dos Demonios. Tolerando respetuosamente nuestro empeño en preservar su dieta, murió a consecuencia de un último atracón de empanadas criollas. Orgullosa de sus hijos y en vísperas de Navidad. Para no joder la celebración de la fiesta que la ponía más contenta.
18) La estudiante de Bellas Artes María Claudia Falcone vino al mundo dueña de un histrionismo y de una gracia capaces de borrar cualquier recuerdo oscuro que empañe su memoria. De pequeña, inventó un personaje a partir de su gorrito de pompón: Ueti-Ueti, el pomponcito de lana amarillo. De más grande, su repertorio incluyó a la glamorosa Happyway y al caballo Paisano, héroe de las pampas. Una vez volvió tentadísima del colegio Normal Nº 2 -donde cursaba su escuela primaria-, contando que Maide, la peor del grado, había reunido a todas sus amigas en el baño de mujeres para exhibir una obra de repostería consistente en un sorete adornado con caramelos y obleas. Tenía un talento innato para el humor y lo utilizó para neutralizar sistemáticamente las pautas de conducta impuestas por los viejos, cargándolos aún mientras cobraba. De jovencita vivía acomplejada por una tendencia al sobrepeso. Al cumplir los 16, celebrados en una casa vigilada, ya era hermosa y espigada. La mejor cómplice que tuve en la vida podía sobrellevar muchas situaciones incordiosas. El sufrimiento de un pibe no. Por eso hacía alfabetización en la villa platense de 13 y 32, ostentando con orgullo su condición de militante de la Unión de Estudiantes Secundarios. Su dignidad le valió el calvario de Juana de Arco. Hoy sabemos que nunca la perdió: Según testimonio de un compañero de cautiverio que la cortejó durante sus últimos días, habría dicho “yo no te puedo dar nada, me violaron por delante y por detrás”. Su convicción revolucionaria la llevó a tomar conciencia de que el compromiso con los desposeídos la sentenciaba. “Nosotros no salimos, Pablo. Brinden en nuestra memoria todas las navidades”; dijo despidiendo a un sobreviviente de “La Noche de los Lápices”. Murió entera. Años después, estudiantes nicaragüenses me preguntaron por ella, y hace poco las calles de Chile se vistieron con sus banderas.-
junio 2007
JORGE FALCONE
-junto con mis hijos- la única familia que tengo.
A la agrupación estudiantil “María Claudia Falcone” (UNQUI).
A Tommaso Gulli,
dramaturgo que prepara en Italia una obra sobre la lucha de mi hermana.
1) Probablemente mi recuerdo más remoto sea la noche del 10 de junio de 1956, cuando la policía de los tiranos Aramburu y Rojas truncó el relato habitual de mi viejo (siempre alguna historia fantástica), antes de ir a dormir. En los días sucesivos lo visité en un patio enorme, vestía una suerte de pijama gris. Luego supe que se trataba del Penal de Olmos, donde compartió celda con Juan Carlos Livraga, el "fusilado que vive", en cuyo relato basó Rodolfo Walsh su novela "Operación Masacre".
2) Me recuerdo, en los 60s, acompañando al viejo a atender pacientes a domicilio en un Ford desvencijado de mi abuelo. Había sido el Primer Comisionado Municipal Justicialista de La Plata (1947-51) y no tenía auto ni casa propias. Le pagaban con huevos o gallinas. Las demás entradas eran los esporádicos honorarios de su padre (martillero público), la pensión de su madre (docente jubilada), y el sueldo de mi madre (docente en ejercicio en una escuela suburbana). Vivíamos los cinco juntos.
3) Me recuerdo fascinado ante el nacimiento de mi hermana, que puso fin a siete años de juegos en solitario. La veo padeciendo afanosamente mis “cortitos”, piquetes de ojo, y patadas voladoras, sobre un colchón. En venganza por el hermano varón que nunca tuve. Nos veo más tarde, llorando ante una proyección de "El camino hacia la muerte del Viejo Reales", la obra cumbre del Maestro Gerardo Vallejo.
5) Me recuerdo dichoso en los modestos veranos marplatenses, inundados por la mersa de toda latitud, corriendo desde la playa La Perla (el balneario grasa) a la Bristol (el balneario fino), para cambiar revistas mejicanas bajo los lobos marinos de piedra. Coleccionaba "Clásicos del Cine".
6) Me recuerdo en una progresión de pequeño Meliés: Dibujando historietas para mis amigos -circulaban de mano en mano- en hojas oficio plegadas y abrochadas por el lomo; luego dibujando algo similar sobre rollos de máquina calculadora que habría de insertar en sendos pernos construidos con trozos de escoba, que me permitirían hacer transcurrir aquellos film-comics, de izquierda a derecha, dentro de una caja de zapatos que presentaba una caladura rectangular a modo de pantalla, la cual sería iluminada por mi linterna a sala oscura; finalmente, la detección de una sencillísima proyectora de diapositivas a la que insertarle filminas de acetato producidas limpiando con lavandina, cortando en tiras, e ilustrando con marcadores al agua las radiografías viejas de mi padre.
7) Me recuerdo tenso ante la tómbola de aprobar o no el ansiado ingreso al bachillerato de la Escuela Superior de Bellas Artes. Porque mi padre me había prometido una filmadora súper 8 Chinon Dart 3 X si lograba entrar. Entré. Y aquel instrumento fue la piedra basal de mi primer grupo de cine.
8) Me recuerdo disfrutando de las maravillosas mañanas sabatinas en el Taller de Dibujo con modelo vivo, plantando una figura humana en carbonilla sobre papel croquis. Y compartiendo con mis compañeros el pan de maíz recién salido del horno de la Panadería San Martín.
9) Me recuerdo guionizando, poniendo en escena, y actuando breves sitcoms para el Festival Escolar de la Primavera.
10) Me recuerdo flotando extasiado en un tibio baño de inmersión, imaginando el inminente estreno -en el salón de actos del colegio- de nuestro próximo filme de terror o ciencia-ficción. Soñando despierto con una silla de tijera que exhibiera mi nombre en el respaldo de lona.
11) Me recuerdo acompañando a mi abuelo al Programa de Asistencia Médica Integral como un ciudadano probo, aunque hubiera resuelto “traicionar” a mi familia por primera vez. Y fugar horas más tarde por tiempo indeterminado para recibir al General Perón.
12) Me recuerdo conociendo la muerte de la mano de mi abuela paterna, derrumbada en la casa que compartíamos. Mi abuelo volcado sobre su cadáver, tratando desesperadamente de reanimarla. Todas mis enseñanzas de catecismo pulverizadas ante el dolor indescriptible del hombre que más amé en la vida. Su madrugada final, tiempo después. El agnosticismo que desde entonces profeso.
13) Me recuerdo en el agrio silencio de la morgue (Facultad de Medicina), inconciente aún de la “traición” de mi viejo, que intentó denodadamente "venderme" su profesión.
14) Me recuerdo inserto en una marea humana, presta a irrumpir en el centro mismo de La Plaza, el 25 de mayo de 1973. Con aquel ritual perdido de acordonar nuestras columnas y no permitir la entrada a desconocidos, de mandar a la embarazada al centro, de "tropezar" como al descuido contra un sospechoso y cachearlo de armas sin que él lo advierta. Esa noción de omnipotencia e inmortalidad que da ser joven y toparse con la historia.
15) Me recuerdo en la escalinata de la Universidad Nacional de La Plata viendo venir a la policía montada gaseando. Y el "Pampa" Álvaro (dirigente regional de la Juventud Universitaria Peronista) arengando a los pibes como un Lenin en octubre, sin interrumpir su discurso ante la represión. Había que ser así…
16) El Doctor Jorge Ademar Falcone, médico cirujano primero, sanitarista después, heredó de su padre, aquel oriental de Paysandú que durante la Década Infame se sumaría al yrigoyenismo rebelde, una profunda sensibilidad social. Cuando el poder abortó la década más feliz del pueblo trabajador, no dudó en tomar las armas para defender la voluntad popular, una Patria donde los únicos privilegiados fueran los niños. Padeció difamaciones, persecución, cárcel y desempleo. En el hogar que nos dio, sin embargo, nunca sobró ni faltó nada. Nuestra vida social transcurriría fundamentalmente volcada hacia la familia paterna, porque mi padre se sintió bastante herido cuando parientes de mi madre celebraron la caída del General Perón escuchándola por radio en su propia casa. Además de un buen hombre -que abandonó la función pública con lo puesto- el viejo era un excelente narrador, que amaba la ciencia ficción decimonónica. Eso fomentó en María Claudia y en mí el más febril despliegue de imaginación: A ninguno de los dos nos bastó con la realidad. Como nuestros padres, siempre fuimos por más. El viejo cargaba con un tono de vida melodramático, heredado del meridión de la península de la que vino su madre a la edad de cuatro años. A veces se hundía en una tristeza oceánica y muda, del tamaño de la humanidad. Como ya dije, era médico. Pero entiéndase bien: No porque hubiera estudiado Ciencias Médicas. Sino porque ERA MÉDICO. Alguna gente estudia. Otra ES. A mi viejo le gustaban los sándwiches de jamón crudo y queso en pan negro y la cerveza tirada que servían en el viejo Bar Modelo de nuestra ciudad. Cuando ingresaba un sujeto con la nariz aplastada, el viejo -sin dejar de masticar- diagnosticaba “nariz en silla de montar, terciarismo sifilítico”. Y abundaba sobre las enfermedades venéreas que proliferaron a principios del Siglo XX. ERA médico. A diferencia de sus colegas, que ingresaban al pabellón disfrazados de astronautas, trataba con enfermos infecciosos sin cuidarse. Por eso lo respetaban. Una vez se cayó de espaldas de una escalera, dio con la nuca contra el bidet, y se desvaneció sobre un charco de sangre. Cuando llegó el servicio de emergencia lo encontró sobre su cama moviendo los dedos. En un susurro dijo al oído del profesional que lo asistía: “Tranquilo, no hay lesión en el haz piramidal”. Ese hombre ERA un médico. Por ello, quizás, ante un espectáculo de semejante lealtad vocacional, desoí amorosamente su consejo. Y me hice documentalista. El viejo galeno que pasó su vida sanando hogares de obreros metalúrgicos, vidrieros, papeleros y frigoríficos, murió de tristeza a mediados de 1980, en un momento en que los argentinos no avizorábamos esperanza alguna. Yo no pude abrazarlo porque andaba clandestino. Aún lo recuerdo alzando sus dedos en “ve” en el aeropuerto español de Barajas. Una vez me dijo “no se inmolen, pibe, úsenme a mi, que tengo poco tiempo: me arman un artefacto explosivo y entro a la Casa Rosada a saludar al General Videla”.
17) La Maestra Nelva Alicia Méndez de Falcone tuvo la fortuna de nacer hermosa. Quizás por ello conquistó al galán que merecía, con apariencia de “Mandrake”. La vida la puso a prueba desde temprano, quitándole a su madre a la edad de ocho años. Criada por una tía a la usanza de entonces -que no veía con buenos ojos la recomposición de la vida matrimonial de un viudo- junto a su prima-hermana, jugó a destajo, hasta la edad de 79 años. Su revancha fue cagarse de risa de la adversidad siempre. Nunca fue Directora de Escuela, ni Profesora, como alguna vez declaró por sentirse más digna en una Patria que tritura a los maestros. A mi vieja le gustaba hacer rosquitas, pero el cine de terror no. Le tocó en suerte experimentar sobre su propio cuero el martirio de terrores más ciertos que los que puede encerrar cualquier castillo gótico. Nunca hizo papelones con su dolor. Siempre bailó y cantó. Mi mamá parecía una mujer frívola, porque se olvidaba pronto de los disgustos y subía al ring de nuevo. No abandonó a mi viejo ni aún sabiendo que en repetidas ocasiones no venían por ella. Una vez, mientras la torturaban en el Centro de Detención Clandestina “El Banco”, advirtió que sus verdugos también golpeaban a mi padre, y les dijo “ensáñense conmigo, no ven que es un hombre mayor y sufre del corazón…” En una sociedad patriarcal, él le metió los cuernos “como corresponde”. Y alguna vez también la rigoreó para imponer su punto de vista. Pero mi vieja -hija de vascos y extremeños- era dura de entendederas. Y lo amó contra viento y mareas. Alguna vez escuchó de mí que su única chance de supervivencia era la traqueotomía. Y en un hilo de voz me dijo “traqueotomía ni loca”. Ocupando la trinchera que mi viejo dejó vacante, dignificó su pañuelo blanco en toda latitud de Nuestra América. También pidió el cese de persecución a los jefes montoneros casi sola y con un megáfono, en la estación de trenes de Constitución, en una época en que la mayoría de los organismos de derechos humanos adhería a la Teoría de los Dos Demonios. Tolerando respetuosamente nuestro empeño en preservar su dieta, murió a consecuencia de un último atracón de empanadas criollas. Orgullosa de sus hijos y en vísperas de Navidad. Para no joder la celebración de la fiesta que la ponía más contenta.
18) La estudiante de Bellas Artes María Claudia Falcone vino al mundo dueña de un histrionismo y de una gracia capaces de borrar cualquier recuerdo oscuro que empañe su memoria. De pequeña, inventó un personaje a partir de su gorrito de pompón: Ueti-Ueti, el pomponcito de lana amarillo. De más grande, su repertorio incluyó a la glamorosa Happyway y al caballo Paisano, héroe de las pampas. Una vez volvió tentadísima del colegio Normal Nº 2 -donde cursaba su escuela primaria-, contando que Maide, la peor del grado, había reunido a todas sus amigas en el baño de mujeres para exhibir una obra de repostería consistente en un sorete adornado con caramelos y obleas. Tenía un talento innato para el humor y lo utilizó para neutralizar sistemáticamente las pautas de conducta impuestas por los viejos, cargándolos aún mientras cobraba. De jovencita vivía acomplejada por una tendencia al sobrepeso. Al cumplir los 16, celebrados en una casa vigilada, ya era hermosa y espigada. La mejor cómplice que tuve en la vida podía sobrellevar muchas situaciones incordiosas. El sufrimiento de un pibe no. Por eso hacía alfabetización en la villa platense de 13 y 32, ostentando con orgullo su condición de militante de la Unión de Estudiantes Secundarios. Su dignidad le valió el calvario de Juana de Arco. Hoy sabemos que nunca la perdió: Según testimonio de un compañero de cautiverio que la cortejó durante sus últimos días, habría dicho “yo no te puedo dar nada, me violaron por delante y por detrás”. Su convicción revolucionaria la llevó a tomar conciencia de que el compromiso con los desposeídos la sentenciaba. “Nosotros no salimos, Pablo. Brinden en nuestra memoria todas las navidades”; dijo despidiendo a un sobreviviente de “La Noche de los Lápices”. Murió entera. Años después, estudiantes nicaragüenses me preguntaron por ella, y hace poco las calles de Chile se vistieron con sus banderas.-
junio 2007
JORGE FALCONE
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