A 161
años del fallecimiento del Libertador don José de San Martín es válido
recordarlo a través de los pequeños hechos, los cotidianos, que son en última
instancia los que definen la personalidad.
Cuenta la
historia que en ocasión de prepararse el Ejército de los Andes en el campamento
del Plumerillo, San Martín se dispuso a entrar al polvorín, en visita de
inspección, cuando un centinela le cerró el paso. Sorprendido, se identificó
como su General en jefe, pero el soldado mantuvo la actitud, apuntándole con el
fusil y aclarando:
-¡Aquí no
puede entrar nadie con las espuelas puestas!
El hombre cumplía una razonable, ya que el metal de las espuelas podía ocasionar una chispa de fatales consecuencias. San Martín tuvo entonces que mudar de ropa y calzado para ingresar al polvorín, y luego de la inspección mandó llamar al soldado. Como el modesto centinela había demostrado saber ceñirse a la estricta disciplina que el Libertador se empeñó por inculcar a sus tropas, fue recompensado con una onza de oro por mantenerse fiel a la consigna recibida, aunque para ello se hubiera visto precisado a dirigir el arma contra quien impartiera la orden así acatada.
Anécdotas
cómo éstas ilustran con mayor claridad la condición humana de nuestros héroes;
lejos de la postal ecuestre y del bronce impertérrito: sólo hombres ordinarios
en circunstancias extraordinarias. Esa es la madera de la que están hechos los
valientes. En un nuevo aniversario de su desaparición física, desde La Falcone recordamos la figura del Libertador don José de San Martín con admiración y
respeto, practicando con humildad las enseñanzas por él legadas, a sabiendas de
que las grandes gestas comienzan por los pequeños gestos.
¡Viva la
Patria!
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